Hace algunos días, Rorate Coeli publicó un artículo firmado por James Baresel, titulado “¿Aceptar o rechazar la nueva misa?”. Allí sostiene lo siguiente: “Para las mentes basadas en la teología clásica, ‘aceptar el Novus Ordo Missae’ es un asunto bastante modesto: el mero reconocimiento de que ha sido promulgado adecuadamente para su uso en la Iglesia por una autoridad competente, contiene todo lo necesario para la validez (materia y forma) y la integridad (ofertorio, anáfora y comunión del sacerdote) del sacrificio de la Misa y no contiene nada que esté en estricta contradicción técnica con la doctrina católica”. Creo que la mayoría de los lectores de este blog estarán de acuerdo con la afirmación. En mi opinión, creo que el Novus Ordo es una versión sumamente empobrecida de la misa romana tradicional, en la que los elementos centrales y milenarios fueron desleídos por diferentes motivos, pero que eso no implica que haya perdido su validez o sea algo malo que debe necesariamente ser evitado.
Pero la cuestión que plantea Baresel, en el fondo, es una cuestión meramente teórica, y deberíamos comenzar la discusión estableciendo un acuerdo básico: ¿qué es la misa novus ordo? Y la respuesta rápida y católica sería: “Es aquella que se celebra siguiendo el texto y las rúbricas del misal publicado por el Papa Pablo VI”. Y la respuesta laica sería: “Es el despliegue escénico que se realiza siguiendo el libreto establecido por el Papa Pablo VI”. Es sobre este supuesto que escribe Baresel; sin embargo, es irreal, pues todos los que hemos ido, u ocasionalmente vamos, a misas celebradas según el novus ordo, sabemos que son muy escasos los sacerdotes que se ajustan al libreto. Más aún, en la enorme mayoría de los casos, cada sacerdote tiene un libreto propio, generalmente variable que, aunque referenciado en el promulgado por el papa Montini, deja importantes espacios para la improvisación. Por eso mismo, no es exagerado decir que hay tantas misas novus ordo cuantos sacerdotes la celebran. Y por eso mismo ocurre con mucha frecuencia que a los fieles les gusta más la misa del padre X que la misa del padre Z, algo que no debería ocurrir y que ciertamente no ocurre en el caso de la misa tradicional. En todo caso, podrán gustar más los sermones del padre X que los del padre Z, pero no la misa, porque todas son exactamente iguales.
Por supuesto que esta situación, que yo planteo aquí como un problema, y un problema serio, no lo es para los liturgistas del novus ordo missae. Ellos responderían enseguida y sin dudarlo que en el “espíritu” de la reforma litúrgica y del nuevo misal está no sólo la posibilidad sino incluso la conveniencia de agregar o quitar elementos del rito; dicho de otro modo, está prevista la creatividad del celebrante a la hora de oficiar la santa misa. Este principio es ni más ni menos que un factor indiscutible de destrucción de cualquier rito; lo sabe hasta Wikipedia que lo define como: “un acto religioso o ceremonial, repetido invariablemente en cada una de las comunidades culturales”. Si a ese acto religioso o ceremonial, que es el género de la definición, se lo priva de su especie que es la invariabilidad, entonces ese acto dejó de ser un rito. Podrá ser otro tipo de escenificación u otro tipo de ceremonia, pero ya no es un rito. Y aquí podríamos avanzar en una cuestión más teórica acerca de qué ocurre con las comunidades culturales a las cuales se las priva de ritos. O bien, acerca de la necesidad intrínseca que no sólo los humanos sino hasta los animales superiores tienen de ritos, si tomamos el concepto en sentido lato. Pero eso es tema de otro artículo.
Por supuesto que los progresistas no tendrán ningún problema si se les hacer ver que la misa que celebran o a la que asisten dejó de ser un rito. Ellos buscan deliberadamente que sea un “encuentro fraternal”; el rito petrifica la espontaneidad e impide las “sorpresas del espíritu”… Pero, ¿qué dirán los conservadores? Un grupo de ellos dirá con razón que ellos celebran un rito porque siguen puntillosamente el misal de Pablo VI. Pero creo yo que ese grupo es sumamente minoritario porque, una vez más, hay varios “modos conservadores” de celebrar la misa novus ordo. Y pongo un ejemplo: quien haya asistido a la misa dominical del Oratorio de Londres o el de Oxford, o incluso de la iglesia de Maiden Lane en Covent Garden, verá que allí se celebra un rito muy similar al de la misa tradicional, aunque los sacerdotes sigan escrupulosamente el misal reformado. Si camina unas cuadras y asiste a un misa en Grandpont House, la residencia del Opus Dei en Oxford, asistirá a una misa “conservadora”, pero muy distinta a la del Oratorio, y lo mismo ocurrirá si se acerca a los Blackfriars. Y todos ellos —oratorianos, opusdeístas y dominicos— afirmarían con total sinceridad que ellos siguen el misal del Pablo VI. Conclusión: aún el mejor de los casos —he puesto ejemplos de lo que ocurre en Inglaterra que es probablemente el lugar donde más se cuida la liturgia—, el nuevo misal no es un “libreto” al que hay que seguir puntualmente, como ocurría en el caso del misal tridentino, sino simplemente una “fuente de inspiración” para las celebraciones litúrgicas.
Podrán cuestionar algunos la recurrencia a ejemplos de lo que sucede en la pérfida Albión…, pero la cuestión es que lo que sucede en el mundo conservador latino e hispánico es peor. No voy a hacer referencia al mismo recurso fácil de comparar las misas celebradas por diferentes sacerdotes conservadores. Vayamos a una cuestión aún más profunda y que tiene que ver con la formación litúrgica de los sacerdotes conservadores. Y pongo un caso que conozco bien: en el seminario argentino que fue emblema de la formación conservadora, que se ufanaba de ser extremadamente respetuoso de la liturgia y que insistía hasta el cansancio en que “el sacerdote es para la misa”, la formación litúrgica era inexistente. En el plan de estudios, existía una materia que se llamaba “Liturgia” y que se dictaba sólo en primer año, y cuyo profesor hacía lo que podía repitiendo lo escrito dom Cipriano Vagaggini en El sentido teológico de la liturgia. Sí, repitiendo a Vagaggini, el que junto con Bugnini hizo la reforma litúrgica y dio rienda suelta a su creatividad literaria al redactar la plegaria eucarística IV. Y luego, unos pocos días antes de la ordenación sacerdotal, alguno de los sacerdotes formadores —cualquier que estuviera con tiempo— les enseñaba a los diáconos los rudimentos de la celebración de la misa según su buen saber y entender, y los candidatos celebraban una “misa seca”, a modo de ensayo, supervisados por este instructor improvisado. Que yo sepa, nunca se les exigía, o se les pedía o siquiera se les sugería que leyeran las rúbricas del misal romano de Pablo VI. Más aún, quien se entretenía en esas lecturas no era bien visto: era sospechoso de fariseísmo, sólo interesado en las formas exteriores y no en la verdadera piedad litúrgica; en pocas palabras, era un “rígido”. Y esto que afirmo de los seminarios de San Rafael y de Paraná, ocurre también en los seminarios conservadores de España, aún en el de Toledo, el decano de todos ellos, según me han relatado quienes los transitaron, y no me sorprendería que lo mismo ocurriera en seminarios conservadores de Hispanoamérica, si es que existe alguno. Y, por supuesto, es ocioso preguntarnos lo que ocurre en el resto de los seminarios —la gran mayoría—, que son más bien progres.
En conclusión, si volvemos a la afirmación de James Baresel, yo acordaría con él siempre y cuando me diga antes, qué es, en la realidad cotidiana de las parroquias católicas del mundo entero, el novus ordo missae.
Objeción: "Wanderer, pareciera que en la crítica que hace a la formación litúrgica en los seminarios conservadores, usted da por supuesto que antes de la reforma de Pablo VI las cosas eran distintas, lo cual no es cierto. Con lo cual, debe admitir que los seminarios conservadores no hacen más que conservar lo que se hacía en la Iglesia desde hace varios siglos".
La objeción que me hace mi objetor imaginario es muy buena. Y tiene toda la razón hasta cierto punto. Es verdad que en los seminarios católicos no había formación litúrgica. Esa es una de las quejas más fuertes que formula Louis Bouyer. Por otro lado, el Movimiento Litúrgico surge a fines del siglo XIX justamente a fin de revertir la situación: que los sacerdotes, desde su etapa de formación hasta su ministerio pastoral, le dieran importancia a la liturgia, que era no más que un accesorio en la formación y en la espiritualidad.
No pareciera que existiera tampoco un entrenamiento litúrgico a fin de aprender a celebrar la misa muy distinto al que describí más arriba. Justamente ese es el motivo por el que el sacerdote, cuando celebraba su primera misa, lo hacía acompañado de un "presbítero asistente" que, en el rito, cumplía las funciones de instructor. Y esto ocurre también en los ritos orientales. Es decir, a celebrar la misa el sacerdote aprendía mirando como se celebraba durante todos sus años de seminario, y celebrándola con la ayuda ceremonial de un sacerdote experimentado.
Hasta aquí mi objetor tiene razón. Pero hay un detalle fundamental: hasta la reforma de Pablo VI todas las misas eran iguales; el seminarista, desde que había sido monaguillo en la parroquia de su barrio, había visto celebrar la misa de la misma manera: a su párroco, al vicario, al rector del seminario, al misionero pasionista y al arcipreste. La misa era siempre exactamente la misma, porque se respetaba escrupulosamente el rito.
El seminarista actual, en cambio, ha visto celebrar tantas misas cuantos sacerdotes han pasado por su vida, porque cada uno aporta su cuota de creatividad: un silencio aquí; una pausa allá; los brazos levantados como si lo estuvieran asaltando o extendidos en cruz como su fuera un cartujo; una reverencia al pronunciar alguna palabra que le parece importante; un santo al que tiene devoción que añade en la anáfora; etc. El seminarista, entonces, lógicamente tomará aquellos gestos y palabras que más le gusten y de esa manera "construirá" su propia misa. Y estará de lo más feliz y de lo más tranquilo en conciencia. Y también lo estarán sus superiores.
Es justamente por este motivo que, a diferencia de lo que ocurría anteriormente, hoy resulta necesario que los seminaristas aprendan a celebrar la misa no tanto mirando cómo celebran otros, sino leyendo las rúbricas del misal.