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Cosas que perdimos II

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Seguimos con la serie de “cosas” —curiosidades, costumbres o ritos— que la Iglesia perdió junto con la destrucción de la liturgia romana. Lo más impactante, claro, fue la Santa Misa, pero con ella abrogaron muchas cuestiones menores pero que, sin embargo, eran parte de la vida del pueblo cristiano hasta los años 60.


Vela y Palmatoria: La vela se coloca sobre el altar, del lado de la epístola cerca del corporal y el ministro acompaña al sacerdote con ella para la comunión de los fieles. Se coloca cuando comienza el Canon y se retira después de la comunión.

En regiones hispánicas esa vela se puso en una palmatoria ("candelero corto y con mango”), lo que a primera vista parecería un privilegio prelaticio extendido a todos los sacerdotes.

Desde la edición de 1604 en las Rúbricas generales del Misal romano se contiene la que prescribe entre las cosas que hay que preparar para la Misa: “ab eadem parte Epistolae paretur cereus ad elevationem Sacramenti accendendus”. En las Rubricae generales Missalis romani, del Misal editado en 1962, al Nº 530 dice: “Usus accendendi cereum, prope altare, a Consecratione ad Communionem, ubi viget, servetur”. Eso nos indica que en muchas regiones había quedado en desuso el encender una vela desde antes de la consagración hasta terminada la comunión del sacerdote o de los fieles.

En España y los países hispanos, el uso estaba muy extendido y muchos siguieron usándolo también en la Misa nuevo. Por ejemplo en el Opus Dei.


Cucharita: vemos su usaba en regiones alemanas e hispanas. En Alemania suele estar metida dentro del cáliz antes del ofertorio; en las regiones hispanas solía estar atada a una cinta o cadena, y se colocaba entre el purificador y la patena. También podía estar en la bandeja con las vinajeras.

Se usaba es para morigerar el agua que se vierte junto con el vino en el cáliz.

Esto en esas mismas zonas siguió observándose en la nueva Misa.

Como nada se menciona en el Misal Romano al respecto, fue consultada la Congregación de Ritos si su uso era legítimo por el Arzobispo de Baltimore, Mons. Francis Patrick Kenrick hacia la mitad del siglo XIX. Se le respondió que el uso de una pequeña cuchara no estaba prohibido.

Hay una anécdota sobre el uso de la cucharilla y la palmatoria. Ante el problema de que un insecto se metiera dentro del cáliz luego de la consagración, la solución que da el antiguo Misal era sacar el insecto, dejarlo en un vaso decente y luego quemarlo. Se reseña que los profesores de liturgia decían que para este caso la praxis hispana era muy útil, pues se tomaría el insecto con la cucharilla y se lo quemaría en la palmatoria.

Sobre la mezcla del agua y del vino, dice el Catecismo Romano: “La Iglesia añadió siempre al vino algunas gotas de agua: a) En primer lugar, porque así lo hizo Cristo en la Cena, según la autoridad de los Concilios y el testimonio de San Cipriano; b) Además para recordar la sangre y el agua que brotaron del costado de Cristo; c) Últimamente, porque, simbolizando las aguas a los pueblos, las gotas de agua unidas al vino significan la unión del pueblo cristiano unido con Cristo, su Cabeza”.

De este texto se ve como la liturgia usó una u otra simbología en sus textos: en los ritos latinos el ambrosiano, el mozárabe, el lionés, el bracarense y el cartujo invocan la simbología de las de las gotas de agua salidas del costado de Cristo. El rito romano usa la de la unión del pueblo cristiano con Cristo. Sea el rito dominicano que el carmelitano no dicen nada. Solamente bendicen el agua.

Más allá de eso, es práctica de origen apostólico, que siempre observó religiosamente la Iglesia. Y por ser muy serios los motivos que han establecido esta mezcla del agua, no puede omitirse sin culpa grave. No obstante, aunque se omita, el sacramento conserva siempre su validez.

“Adviertan los sacerdotes que la cantidad del agua debe ser mínima, porque –según la sentencia común de los teólogos– ese agua se convierte en vino”.


Bonete: En todos los ritos existieron objetos para cubrir la cabeza durante los oficios litúrgicos. Entre los occidentales existe la mitra, el solideo y el bonete. Los sacerdotes del rito griego tienen el kameleukon y los armenios una mitra en forma de tiara.

Para los sacerdotes latinos el color es negro. Su forma varía según los países: el bonete romano es cuadrangular con tres picos en forma semicircular y con una borla encima; el bonete español tiene cuatro picos y la borla.

Su primera noticia es del siglo XI, aunque se lo comienza a citar con frecuencia hacia el siglo XIII. Primitivamente era una especie de gorro. El bonete como hoy lo conocemos data del siglo XVI.


Altar privilegiado: Es aquel altar en el cual, por concesión del Santo Padre, se ganaba una indulgencia plenaria aplicable al alma del difunto por quien se celebra la Misa. Debe tener la inscripción que diga Altare privilegiatum

Hay datos precisos de su existencia desde el siglo IX. Sin embargo, el 1º de enero de 1967, Pablo VI los abolió abrogando los privilegios en esta materia. (Indulgentiarum doctrina

Norma 20. La piadosa Madre Iglesia, especialmente solícita con los difuntos, dando por abrogado cualquier otro privilegio en esta materia, determina que se sufrague ampliamente a los difuntos con cualquier sacrificio de la misa.)


Rogativas: Son procesiones de súplica que se hacían el día de San Marcos (letanías mayores) y los tres días antes de la Ascensión (letanías menores) y en circunstancias especiales, como un tiempo de calamidad pública.

El Ritual Romano traía rogativas para pedir la lluvia, para postular la serenidad, en tiempo de mortandad y en tiempo de guerra.


Témporas: Las cuatro témporas están en uso en la Iglesia romana desde el siglo V, extendiéndose con el paso de los siglos a toda la Iglesia de occidente. Son semanas para intensificar la oración, el ayuno y la abstinencia. Se celebran en torno al inicio de las cuatro estaciones del año en las que se reconoce el gobierno providente del Señor dándole gracias por las cosechas recogidas y pidiéndole que bendiga las venideras.

En la antigüedad el miércoles, el viernes y el sábado –junto con el domingo–, eran los únicos días litúrgicos, por esa razón los formularios que se encuentran en el Misal y en el breviario corresponden solamente a esos días.


El misal irreformado de San Pío V: En el ámbito tradicionalista, se escucha con frecuencia decir que el Misal promulgado por San Pío V, y que no hacía más que extender a la Iglesia occidental el rito romano, no tuvo ninguna modificación hasta la reforma de Pablo VI. Es un dato falso. 

En 1604, el Papa Clemente VIII publicó, con algunos cambios, una nueva edición típica del Misal, con el título Missale Romanum, ex decreto sacrosancti Concilii Tridentini restitutum, Pii Quinti Pontificis Maximi iussu editum, et Clementi VIII. auctoritate recognitum. Las rúbricas se modificaron en varios puntos. Las dos reformas más significativas son: 1. En el momento posterior a la consagración del cáliz, las palabras “Haec quotiescumque feceritis, in mei memoriam facietis”, que en el Misal de San Pío V pronunciaba el sacerdote mientras mostraba el cáliz consagrado al pueblo, debían pronunciarse antes de la adoración del sacerdote. 2. La bendición al final de la Misa, que en el Misal de San Pío V era dada por el sacerdote con tres signos de la cruz, debía ser dada con un solo signo de la cruz.

Por supuesto, que este tipo de reformas no suprimieron NADA ni agregaron NADA, y de ninguna manera se afectó al sacrificio. Muchísimo más grave fue, sin embargo, la reforma de Pío XII, que cambió completamente el ordo de la Semana Santa y, ya sabemos todos el carácter que que tuvo la completa reforma de Pablo VI. 

Es verdad también que Juan XXIII había hecho una reforma que no gustó a muchos liturgistas pues, por primera vez en quince siglos, modificó el Canon Romano al agregar a San José entre los santos que se nombran. Se trata ni más ni menos que de alterar el canon, que por el algo es canon. Y aunque sea con un santo de la magnitud de San José, se metió mano en aquello que nadie se había animado. San Pío X le había sacado las cosquillas al caballo modificando radicalmente el breviario; Pío XII siguió domando al potro con la reforma de la Semana Santa; Juan XXIII lo siguió amansando y así, cuando llegó la locura litúrgica de Pablo VI, el potro se había convertido en un percherón viejo y aburrido y ni siquiera se mosqueó.


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