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Cosas que perdimos I: la duración de la misa

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Es notable la rapidez con la que las sociedades pierden la memoria y, por eso, es notable también como en la Iglesia perdimos la memoria de cómo “eran las cosas” hasta hace pocas décadas. Un ejemplo que todos entenderán: en la actualidad, salvo excepciones, se considera que un fiel que asiste a la misa tradicional es particularmente tradicionalista cuando es capaz de responder con voz clara y distinta a lo que dice el sacerdote (salmo Iudica, confíteor, Dominus vobiscum, etc). Lo cierto es que esa es una práctica que comenzó en la década de 1940 y fue adoptada por el progresismo más acérrimo, que la denominó "misa dialogada". Y así, los fieles que respondían en voz alta al sacerdote eran considerados muy de avanzada y solían causar escándalo a los demás. Lo normal era que se siguiera la misa en los misalitos (que comenzaron a existir a fines del siglo XIX) sin responder nada. El único que respondía al sacerdote era el monaguillo.

La semana pasada surgieron en el blog varios comentarios acerca de la homilía y la duración de la misa. Los sacerdotes están obligados a predicar los domingos y fiestas de precepto (canon 1344 / canon 767.2). Sin embargo, la legislación de la Iglesia no obliga ni recomienda predicar los días de semana, y tampoco se expide acerca de la duración de las homilías. Últimamente, hubo recomendaciones de Benedicto XVI y de Francisco proponiendo que no superen los 8 minutos. Pero, ¿qué hay sobre la duración de la misa?

El inefable Escrivá de Balaguer dice en su libro Camino: “La Misa es larga, dices, y añado yo: porque tu amor es corto”. Y yo me animo a corregirlo: “La Misa es larga, dices, y añado yo: eres una persona sensata”. La misa no es primariamente un acto devocional del sacerdote ni tampoco de los fieles. Es el rito con el cual se rinde culto público a Dios y, porque es un rito, todas sus palabras, movimientos y ritmos están normados. A veces se piensa que cuanto más lentamente diga el sacerdote las palabras de la misa, más devoto es. Y es falso. O se piensa que cuanto más tiempo tenga la Sagrada Hostia elevada luego de la consagración más pío y santo es, y es falso. El misal romano promulgado por San Pío V dice: “…statim Hostiam consecratam, genuflexus adorat: surgit, ostendit populo, reponit super Corporale…”. Es decir: “Inmediatamente después [de la consagración], hace genuflexión para adorar a la Hostia consagrada, se levanta, la muestra al pueblo, y la vuelve a colocar sobre el corporal…”. Se trata de mostrar la Hostia, y el Cáliz, al pueblo, y no de hacer una adoración al Santísimo, ni de arrobarse en alta contemplación. Si el sacerdote es particularmente devoto de la eucaristía, podrá quedarse después de misa arrobándose todo el tiempo que quiera frente al sagrario, pero cuando celebra la misa, celebra un rito y, consecuentemente, debe hacer lo que está prescrito en ese rito y no lo que su devoción le indica.

Y todo esto viene a cuento por la duración de la misa, sobre lo cual nada se dice en el Código de Derecho Canónico, pero sí fue dicho y estipulado por los santos y doctores. San Alfonso María de Ligorio, en su libro Misa y oficios atropellados, que pueden consultar aquí y bajar desde aquí, dice en la p. 37-38 lo siguiente: “[…] el cardenal Lambertini [futuro Papa Benedicto XIV] concluye, según general opinión de los demás autores, que no debe durar la misa más de media hora, ni menos de veinte minutos; porque, dice, no puede celebrarse con la reverencia debida en menos de veinte minutos, y si emplea en ella más de media hora, podría aburrir a los que la oyen”, y continúa citando las reglas de varias órdenes y congregaciones religiosas que dicen lo mismo: la misa no debe durar más de media hora.  ¡Qué buenos pastores eran esos que se preocupaban porque los fieles no se aburrieran en la misa! Ahora resulta que el aburrimiento es “amor corto” o falta de devoción. O, peor aún, hay curas que creen que cuanto más se aburran los fieles en misa mejor es, porque ayuda a su santificación. 

Por supuesto, San Alfonso se refiere a la misa rezada y en la que no hay comunión de los fieles. La misa cantada o la misa solemne tendrán, obviamente, una duración mayor. Y si, como sucede desde principio del siglo XX, hay comunión de los fieles todos los días, la misa se extenderá más tiempo según sea la cantidad de fieles que se acerque a comulgar.

Debemos tener en cuenta, además, que en la Cristiandad la práctica religiosa regía todo el obrar humano y se iba adaptando a las circunstancias de cada sociedad. Muchas actividades litúrgicas estaban pensadas para monasterios, catedrales o iglesias con canónigos. Las parroquias eran meras capillas rurales, en las que habían pocos sacerdotes y, por ende, pocos ministros. Por este motivo, Benedicto XIII (1394-1403) había creado el Memoriale Rituum, que regía 6 grandes celebraciones para “iglesias menores”: Candelaria, Cenizas, Ramos y el Triduo pascual. Es decir, pensando en la falta de clérigos, se adaptaban los grandes ritos. Y así la misa baja, o misa rezada, es la misa solemne si ministros, y por eso el Evangelio se lee en diagonal del lado del evangelio que es lo más “al norte” que se puede poner el misal sin que se caiga del altar.

Otra cuestión que influía profundamente en el momento de la celebración de la misa era el ayuno. Desde la época de los primeros Padres, todas las Iglesias cristianas ordenaban que debía guardarse el ayuno para recibir la eucaristía desde la medianoche anterior. Fue con motivo de la Segunda Guerra Mundial que Pío XII permitió que los soldados y capellanes militares en el campo de batalla, pudieran acortar este tiempo de ayuno. Luego, por presión de los progresistas, este permiso se redujo a tres horas para toda la Iglesia y, finalmente, a una hora, que es lo que dispone la legislación actual y que, en la práctica, significa la desaparición del ayuno. Este era uno de los motivos por los cuales las misas hasta mediados del siglo XX se celebraban en horas mucho más tempranas de lo que ocurre en la actualidad. 

Lo que pasó con el ayuno es la prueba de cómo se hizo la reforma litúrgica: de una excepción por un motivo real (la "misa dialogada" comenzó como una excepción otorgada por Pío XII), se hace una ley universal. El argumento que utiliza el progresismo es si se puede una vez, se puede siempre, y dirán que favorece a la devoción. En vez de instar a que el fiel (y el sacerdote) frene un poco su aceleración mundana moderna y se adentre en el Sacrificio de la Misa con una penitencia que cuesta, pero que purifica y "espiritualiza", se adapta el ayuno a los gustos y facilidades del mundo moderno,  y entonces sacerdotes y fieles viven al ritmo de esa aceleración y en ese espíritu moderno van a misa. Y el sayo nos cabe a todos. ¿Cuántos somos los católicos que guardamos la abstinencia de carne todos los viernes del año? En Argentina, al menos, son pocos, muy pocos. Ni siquiera en los ámbitos para tradicionalistas. 


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