por Jean-Pierre Maugendre
A casi tres años desde de la publicación del motu proprio Traditionis custodes que apunta a la supresión, a largo plazo, de la celebración de la misa romana tradicional, las tendencias observadas en 2022 se confirman al inicio del nuevo año académico 2023-2024. Así, los ingresos en los seminarios diocesanos de Francia representan un centenar de personas, mientras que los jóvenes franceses que han entrado a seminarios donde se celebra la misa tradicional han sido 35 (FSSPX: 14, FSSP: 10, ICRSS: 5, IBP: 3, MMD : 3) a los que se puede agregar, de alguna manera, los 22 candidatos que entraron a la comunidad San Martín.
Si bien Traditionis custodes se aplica de modo variable según las diócesis, hay una constante destacable que se manifiesta en algunos obispados. Según las directivas del cardenal Parolin, Secretario de Estado, dirigidas a los obispos franceses en noviembre de 2022, habría que mostrar«la mayor solicitud y paternidad hacia las personas –en particular los jóvenes, sacerdotes o laicos– desorientados por Traditionis Custodes (…). Son ovejas a menudo heridas que necesitan acompañamiento, escucha, tiempo». Como respuesta al llamado de Mons. Aillet (obispo de Bayonne-Lescar-Oloron) en su reciente libro Le temps des saints (El tiempo de los santos), permítasenos «sin brutalidad pero con franqueza» recordar algunos hechos que harán ganar tiempo a todo el mundo.
En efecto, es de temer que el tiempo consagrado a intentar hacer volver a las «ovejas heridas» al redil de la nueva liturgia sea tiempo perdido. Y ello por tres razones.
El papa no puede cortar a la Iglesia de su Tradición
En primer lugar, ni siquiera el mismo papa tiene el derecho, ni el poder, y cada vez menos, los medios, para desechar la Tradición ininterrumpida, sobre todo, litúrgica, de la Iglesia. Por un abuso de poder sin precedente en la historia de la Iglesia, el papa Pablo VI trató de operar una ruptura entre la Iglesia anterior al Concilio Vaticano II y la Iglesia que ayer se denominaba conciliar y hoy sinodal. Como ha señalado el sociólogo Guillaume Cuchet: «Un observador exterior podría legítimamente preguntarse si, más allá de la continuidad de un nombre y del aparato teórico de los dogmas, se sigue tratando de la misma religión» (la anterior a 1960 y la de después). Pocos fieles de los que asisten a misa leerán a los sabios hermeneutas de la continuidad, menos aún saben quién es el cardenal Roche (Prefecto del Dicasterio para el Culto Divino). Pero unos y otros estarían de acuerdo, instintivamente, con este cardenal cuando afirmó que: «La teología de la Iglesia ha cambiado» (19 de marzo de 2023). Los católicos de a pie dicen lo que ven, y como como Péguy, ven lo que ven…
No obstante todo el peso de su autoridad y una persecución feroz a los laicos y sacerdotes que rechazaban esta ruptura, el hecho es que el papa Pablo VI fracasó en su intento de suprimir, como lo deseaba, la misa romana tradicional. Las dificultades doctrinales que plantea la reforma litúrgica perduran y son, en realidad, cada vez más manifiestas. La realidad ineludible es que las comunidades tradicionalistas se cuentan entre las pocas capaces de desarrollarse y crecer en la Iglesia.
Juzgar el árbol por sus frutos
En segundo lugar, cincuenta años después de la aplicación de la reforma litúrgica, ha llegado la hora de hacer el balance y juzgar el árbol por sus frutos. Los veteranos que conocieron los combates de los años 70 y 80, recuerdan cómo fueron echados de sus parroquias, marginalizados en sus familias, excluidos de diversas asociaciones u obras de beneficencia, etc. El tiempo ha pasado. Los hechos son tozudos y allí están: entre las numerosas familias de vieja tradición católica donde florecían vocaciones en cada generación, son los más observantes —según la expresión de Yann Raison du Cleuziou—, quienes mejor han trasmitido a sus hijos el depósito de la fe y siguen suscitando vocaciones. Las autoridades romanas, encaramadas en un inmenso desastre espiritual, sin vocaciones, con seminarios en estado de abandono intelectual, con los cristianos divididos, los niños mancillados, los pobres despreciados en lugar de ser evangelizados, tienen el descaro, o la inconsciencia, de pedir a quienes han resistido contra viento y marea la apostasía inmanente y la secularización del mundo, que renuncien a lo que ha constituido el corazón de su resistencia: su fidelidad a la misa y al catecismo tradicionales en simbiosis con los métodos clásicos de apostolado y santificación. Habría que estar loco para abandonar la presa y quedarse con su sombra, sobre todo ante el espectáculo de una sombra muy alejada de la primavera que debía florecer…
Preferir el original a la copia
Y por último, quienes se han convertido o regresado a la Iglesia gracias a la asistencia a la misa tradicional, han encontrado en ella, o vuelto a encontrar, el sentido de Dios, la transcendencia, el silencio, la belleza, la sacralidad, etc., que por naturaleza son ajenos a la reforma litúrgica, cuyo objetivo declarado consistía en favorecer, con los resultados que todos conocemos, la participación «consciente, piadosa y activa» de los fieles (cf. n°48 Sacrosanctum Concilium) en los divinos misterios. Estos «conversos», que suelen ser jóvenes, no se entusiasmarán con liturgias que están en las antípodas de lo que ha motivado su camino personal. Señalemos que al afirmar esto, no se trata de juzgar, a fortiori negativamente a los laicos y sacerdotes que viven de la liturgia conciliar sino de observar que, salvo en el monasterio de Solesmes, hay un abismo entre la «atmósfera» celebrativa de una misa tradicional y la de una misa de una parroquia, incluso clásica y sin innovaciones litúrgicas chocantes. Muy frecuentemente, sólo se encuentra allí auto-celebración de la asamblea, parloteo, canciones dulzonas, humanismo lacrimoso e insulso, chatura, mediocridad, etc. En fin, la experiencia muestra que la gente prefiere siempre el original a la copia. Si se trata de re-sacralizar la misa nueva, mejor ir directamente al original, es decir, a la misa tradicional.
Los fieles y los sacerdotes que aman la liturgia romana tradicional no son cristianos de segunda o retrasados a quienes habría que acompañar, con caridad y paciencia, para que reconozcan, por fin, los beneficios del Santo Concilio y la reforma litúrgica. Por el contrario, son hombres y mujeres sedientos de Dios, que desean conocerlo, amarlo y servirlo, sobre todo por medio de una liturgia digna de Él, que florezca en un culto verdadero con su parte de misterio y de belleza transcendente. Podríamos retomar las célebres palabras del padre Doncœur en 1924, en otra época de persecución:
¡No traicionaremos! ¡No nos iremos!