El cónclave, a medida que pasan los días, se acerca. El pontífice felizmente reinante está cada vez más viejo y las enfermedades invernales, junto con las ya acumuladas, en cualquier momento darán cuenta de él como de cualquier otro hijo de Eva. Y en Roma y en el mundo todos saben que ese momento está ad portas. Por eso mismo, como en un juego de estrategias, comienzan a aparecer ya a la luz del día los movimientos para posicionar al sucesor de Francisco. La semana pasada fuimos testigos de uno de ellos: comenzaron a mover sus piezas los institucionalistas.
Habíamos dicho en este blog hace algunas semanas que uno de los candidatos más firmes al pontificado es el cardenal Mateo Zuppi, arzobispo de Bolonia y presidente de la Conferencia Episcopal Italiana. Y podíamos suponer que es el delfín del mismo Bergoglio, aunque el pontífice tenga nadando en los estanques vaticanos otros delfines de repuesto por lo que pueda ocurrir. Decíamos que Zuppi implicaría una civilizada del bergoglianismo, con “una iglesia en la que haya lugar para todos, todos, todos” pero en serio, pues habría lugar también para los tradicionalistas, y no solamente para los adúlteros o los convivientes con personas del mismo sexo, por ejemplo. Sin embargo, el sector más institucional del Sacro Colegio, integrado fundamentalmente por los cardenales de curia como Pietro Parolin, Marc Ouellet, Claudio Gugerotti, Arthur Roche o Kevin Farrell, no ven con buenos ojos a un outsider como el egidiano Zuppi, que vende papeles falsificados. Hay mucha bronca en la Secretaría de Estado por el penoso papel que le hizo jugar a la Iglesia con sus vanos intentos de mediar en el conflicto en Rusia y Ucrania. No fue capaz ni siquiera de devolver a a sus padres a uno solo de los miles de niños secuestrados por Rusia. Como bien dice la profesora Lucetta Scaraffia: “Puede que Zuppi haya hecho la paz en Mozambique, aunque muchos lo dudan, pero una paz en África, en un conflicto interno, es completamente diferente de una paz entre dos países europeos de ese nivel”. Es decir, Zuppi ha fatto una bruta figura, y ahora que tropezó, creen los institucionalistas, es la oportunidad de molerlo a golpes a fin de que llegue inutilizado al cónclave. Y es así que el último viernes Infovaticana nos informaba que dos importantísimos medios periodísticos italianos acusaron en un prolijo informe al cardenal Zuppi de financiar, a través de la Conferencia Episcopal Italiana, con dos millones de euros a una ONG que se dedica a la inmigración ilegal (¿tráfico de inmigrantes?). Se trata, curiosamente, de la organización que es presidida por Luca Casarini, el militante de izquierda —una especie de Juan Grabois italiano— invitado por el Papa Francisco a participar con voz y voto en el sínodo de la sinodalidad. El hondazo le pega de lleno al cardenal Zuppi y al mismo Bergoglio, pues el cardenal jamás habría tomado una medida de ese tipo sin la anuencia del pontífice. Una completo detalle de lo ocurrido puede leerse en la Specola de ayer.
No es casual por cierto que esta noticia se haya destapado en la misma semana en la que comenzó a ascender apresuradamente la estrella del primer contrincante que le disputa la tiara a Zuppi: el cardenal Pietro Parolin. En muy pocos días, el Secretario de Estado envió una durísima carta a los obispos alemanes en la que destaca los temas absolutamente innegociables para la Iglesia: las ordenaciones sacerdotales de mujeres y la legalización de la homosexualidad. Se trató de una actitud inusual, pues ese tipo de directivas poco y nada tienen que ver con su rol y, en realidad, son competencia estricta del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, donde habita el cardenal Tucho Fernández.
En la misma semana se supo también que sería el cardenal Parolin quien reemplazaría al Papa Francisco en la Cumbre de Dubai sobre el cambio climático, que será una vidriera internacional en la que mostrarse como papabile ante propios y extraños.
Verdad es que, en principio, Parolin no tendría demasiadas chances. Sin embargo, juega con al menos cuatro puntos de ventaja. En primer lugar, luego de diez años del agotador pontificado de Bergoglio que no deja de zarandear a la Iglesia según sus caprichos en todos los ámbitos —desde el doctrinal al disciplinar—, todo el mundo, aún los progresistas, son conscientes de la necesidad de un retorno de la institucionalidad. La Iglesia no puede soportar mucho tiempo más los desvaríos de un tirano perturbado como el papa argentino. En segundo lugar, con la inesperada carta enviada al episcopado alemán, Parolin ha dado muestras de ortodoxia, lo cual le granjea las simpatías de los grupos conservadores alarmados por la deriva doctrinal en la que se mueve la Iglesia. Y por eso mismo, y en tercer lugar, Parolin, sin ser un conservador, podría ser un candidato de compromiso al que este grupo votaría en caso de no tener el número suficiente para imponerse y a los fines de que no ganara un bergogliano. Finalmente, es italiano, y eso siempre suma, y mucho más luego de la experiencia sudamericana, entre los cardenales electores.
La elección del cardenal Pietro Parolin no sería una buena noticia. Como dije en su momento, los que creemos que sin restauración de la liturgia nunca podrá existir la restauración de la fe, tendremos en él a un enemigo más letal que el mismo Bergoglio. No olvidemos que fueron Parolin y Ouellet los cardenales de la Curia que más esfuerzo hicieron para la promulgación de Traditiones custodes.
Veremos quién mueve ahora el tablero, si los conservadores o los progresistas. Y veremos si el Papa Francisco si dirige a los estanques pontificios a pescar un nuevo delfín.
Pasemos ahora al beso de Tucho. Causó asombro y hasta estupor en los corredores del Palacio Apostólico las dos últimas medidas draconianas del Papa Francisco: la destitución de Mons. Strickland y el desalojo del cardenal Burke, su "enemigo personal". Se trata de dos errores monumentales e incompresibles en un político astuto como ha demostrado ser Bergoglio. Strickland está ahora más activo que nunca y puede actuar con la libertad que antes no tenía, y Burke ya ha sido elevado a la categoría de mártir y confesor de la fe y fortalecido en un liderazgo del que antes carecía. ¿Qué pasó con el Papa? ¿Es que ya está con sus facultades mentales disminuidas? La certeza, y la alarma, que hay en el Vaticano, y no precisamente entre los conservadores, es que al natural debilitamiento del juicio que trae la edad se ha sumado la cercanía cotidiana del cardenal Víctor Fernández (a él, entre otros, se refirió Mons. Strickland cuando habló de las "fuerzas" que rodean al Papa), quien le estaría llenando la cabeza al pontífice y empujándolo a cometer errores garrafales. Se trataría de un beso envenenado.
Es sabido por todos que Tucho no es precisamente una luz; es más bien todo lo contrario aunque él se autopercibe como genio. A tal punto son virulentos los rumores y lo que podría ocasionar la dañina influencia de Fernández para la estrategia del bergoglianismo, que fue advertido por el mismísimo The New York Time en un artículo del viernes pasado (reproducido el sábado por La Nación). La situación alarmó al cardenal prefecto quien inmediatamente recurrió a su amiga Elizabetta Piqué para tratar de contrarrestar la situación, y así, la inefable periodista, publicó también en La Nación un artículo lamentable en el que busca limpiar la figura de Tucho. Como diría el gobernador de Buenos Aires, "se nota mucho" que el escrito no es más que una operación: el "alto prelado" al que hace referencia la nota para denigrar al cardenal Burke no es otro que Tucho, quien utiliza allí el mismo discurso pobre y los mismos ejemplos insustanciales de siempre. Es cuestión de hacer una rápida búsqueda en internet para advertirlo. Y, añadiendo torpeza a la torpeza, Piqué dedica algunos párrafos a decir que el cardenal Fernández no tiene nada que ver con el asunto (excusatio non petita, accusatio manifesta).
En fin, que el Papa Francisco viene de cometer dos errores graves que favorecerán indudablemente al sector más conservador en el próximo cónclave. Los curiales, por su parte, están preparando cuchillo y tenedor para dar cuenta de Tucho cuando llegue la hora de la cena. Están listos para cobrarse en el bufón de la corte lo que la tiranía del soberano les hizo sufrir durante años.