Decía Edmund Burke hace ya un par de siglos que el progresismo destruye en pocos años lo que tardó siglos en construirse. Y él lo aplicaba a lo que había ocurrido con la Revolución Francesa. Pero bien puede aplicarse el mismo principio a otras circunstancias. Es el caso de lo que está haciendo Mons. Gabriel Barba en San Luis. La diócesis floreciente que durante décadas y mucho esfuerzo construyó Mons. Juan Rodolfo Laise y que fue sostenida por sus dos sucesores inmediatos, ha sido en pocos años —desde 2020— destruida sistemáticamente por el el obispo Barba. Los ejemplos abundan y los fieles puntanos suelen dejarlos plasmados en los comentarios de este blog. Yo agrego un sólo ejemplo mínimo pero significativo: la catedral de San Luis es un templo imponente para la media de nuestras pampas. Recuerdo en épocas de Mons. Laise la misa mayor de los domingos, en la que sonaba el gran órgano de tubos y un coro magnífico acompañaba las ceremonias. ¡Cómo olvidar el “Tulerunt Dominum meum” de Mendelssohn cantado por las hermanas de Mater Dei! Hoy la catedral se encuentra envejecida, sucia y descuidada; apenas un puñado de fieles asiste a misa y el coro, el órgano y la música sagrada quedó solamente en la memoria de quienes conocimos esos buenos tiempos.
La última fechoría de Mons. Barba sucedió el 27 de octubre pasado, cuando organizó una “oración interreligiosa por la paz” en su catedral de la que participó hasta el último poligrillo que habilitó un galpón para tener allí reuniones más o menos religiosas. Por ejemplo, la pastora o lo que sea de la Agrupación Religiosa Africanista y Umbandista… sí, en San Luis, ciudad en la que el último “no-blanco” que pasó fue Gabino Ezeiza. Pero lo más grave fue que Mons. Barba para finalizar la reunión, pidió para todos la bendición “del Padre y del Espíritu Santo”. Tal cuál. El Hijo se suprimió, no fuera a ser que causara malestar a los mormones. El obispo de San Luis no confesó el nombre de Jesús, ante quien “se dobla toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra” (Fil. 2,10), para no molestar, entre otros, a la Mae Alicia de Xapana. Por cierto, la versión original del video fue editada días después para eliminar el escándalo lo cual es fácilmente comprobable por el final abrupto que tiene la nueva versión y por el mismo historial de cambios de Facebook. Seguramente, algún fiel puntano conocerá la versión original y querrá compartírnosla.
Sin embargo, la obliteración de Jesucristo no es algo exclusivo de Mons. Barba. El mismo Papa Francisco ha dejado de proclamar al Verbo de Dios. Cualquiera puede tomarse la tarea de buscar en el sitio vatican.va las veces en que el Santo Padre, en cualquiera de sus intervenciones, menciona el nombre de Nuestro Señor. Si vemos sus palabras del últimos mes, el Santísimo Nombre aparece sólo dos veces en el motu proprio Ad theologiam promovendam (otra clara obra de Tucho); en el ángelus de los domingos y en las audiencias de los miércoles apenas se lo menciona y cuando esto ocurre, son referencias exclusivas al Jesús histórico, es decir, al predicador judío y no al Hijo de Dios encarnado. Y ya sabemos que en el documento de mayor jerarquía de los últimos meses, la exhortación apostólica Laudate Deum, aparece sólo en tres ocasiones y casi forzadamente.
Sí se habla de Dios y se habla del Padre; una referencia que todos aceptarán, desde los musulmanes hasta los animistas, incluso la mae Alicia. El escándalo es Jesucristo, el ungido del Padre. ¿Es que puede, acaso, un cristiano hablar sólo del Padre? ¿Es que puede esconderse el nombre del Hijo, el Redentor de la humanidad, el Philánthropos? Es verdad que el Señor ya nos había adelantado que su nombre sería causa de escándalo y había advertido a quien no lo confiese delante de los hombres, que tampoco él lo confesará delante del Padre que está en los cielos. Y es verdad también que sabíamos que esto ocurriría: una religión universal amparada bajo la figura de un “padre” etéreo en cuanto indefinible.
Pero más allá de interpretaciones proféticas, lo que de cierto tenemos es que el Vicario de Cristo ha dejado de mencionar a Cristo. Busquen en el sitio oficial del Vaticano y cuenten la cantidad de veces que el Papa Francisco ha mencionado a “Cristo”, es decir, al Ungido”, al “Mesías”, al Kyrios en los últimos tiempos. Nunca, o casi nunca. Y no es de extrañarse: cuando el fatídico 13 de marzo de 2013 se asomó al balcón de San Pedro, no saludó con el Laudetur Jesus Christus, el saludo acostumbrado de los cristianos durante siglos—lo “militantes” de Acción Católica recordarán que ese era el modo prescrito de saludo entre ellos hasta hace poco— y nunca pronunció esas palabras. Podríamos decir que es sólo un detalle, un olvido, una brizna insignificante. No sé. Cambiar el saludo cristiano por el universalmente aceptado e insípido Buona sera es muy significativo, sobre todo si lo vemos con el diario del lunes.
Pero la cuestión plantea también un interrogante. Algún fiel del Opus Dei, por ejemplo, para quienes siempre todo está muy bien, podría decir que hablar de Dios o del Padre no significa negar a Jesucristo. Yo diría, en primer lugar, que aunque no se lo niega explícitamente, se lo oculta; no se lo confiesa. Pero todavía hay algo más: ese “padre” al que se alude, ¿es realmente el Padre de la Santísima Trinidad? ¿Hay, acaso, un Padre sin el Hijo? ¿Hasta qué punto podemos considerar que cuando Mons. Barba o el Papa Francisco hablan de “padre” se están refiriendo a la Persona trinitaria y no a un mero nombre equívoco, es decir, a un ídolo? Cuando los primeros cristianos se negaban a quemar un granito de incienso frente a un ídolo, no lo hacían solamente porque eso implicaba adorar una divinidad falsa y demoníaca, sino porque implicaba también negar a Jesucristo. Quizás no debamos esperar que la “abominación” del nombre del Señor se haga de un modo explícito por los jerarcas. Quizás sea suficiente con obliterarlo y reemplazarlo por u“padre” multiuso, políticamente correcto y aceptable por todos.