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Los obispos que nacen de un repollo

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Una de las cosas por las que será recordado el pontificado de Francisco es por la torpeza e inutilidad de sus principales adlateres, que son, además, aquellos a quienes ha puesto al frente de los principales organismos de la Iglesia. Los ejemplos son innumerables. Veamos dos ocurridos la semana pasada. 

Una de las novedades más llamativas que caracteriza el sínodo sobre la sinodalidad es que todos los que participan en él están obligados al secreto pontificio, es decir, si revelan algo de lo que se dice en la magna asamblea, arriesgan quedar excomulgados. Sin embargo, Paolo Ruffini, el laico puesto por el pontífice al frente del dicasterio para la Comunicación no es precisamente un genio. Basta escucharlo hablar para caer en la cuenta de las profundas limitaciones que carga el personaje, pero lo que más asombra es su torpeza: subió a una nube todos los documentos producidos diariamente por los padres y las madres sinodales, incluido aquello que se trataba en la mesas chicas, pudiendo acceder a los mismos todos los que tuvieran la dirección web. Es decir, no protegió documentos tan delicados, resguardados por el secreto pontificio, con las credenciales habituales: usuario y contraseña, poniéndolo a disposición de todos los hombres de buena, y mala, voluntad. Ni Maxwell Smart, el superagente 86, lo habría hecho mejor.

Otro ejemplo. La semana pasada se conoció la carta que escribió el cardenal Gerhard Müller al cardenal Duka, de Praga, comentado la respuesta que éste había recibido del cardenal Tucho Fernández, en la que establecía que la interpretación de Amoris laetitiae elaborada por la Conferencia Episcopal Argentina —es decir, por el mismo Tucho— formaba parte del magisterio ordinario. Por supuesto, esta afirmación es disparatada, propia de una persona que no sabe teología, y Müller lo deja muy claro, con argumentos irrefutables. Las hilachas que está mostrando Tucho —por ahora teológicas solamente— se expanden en círculos concéntricos. Acaba de aparecer un artículo que rebate punto por punto un escrito del cardenal en el que aportaba un presunto fundamento tomista para negarla maldad moral intrínseca y, por tanto, la perpetua ilicitud de algunos actos humanos, con lo cual justificaría, por ejemplo, el ejercicio sexual con personas del mismo sexo. La desfachatez de Tucho es mayúscula: pretende constituirse en autoridad del pensamiento de Santo Tomás para justificar lo injustificable. Se trata de un personaje que, en épocas normales de la Iglesia, sería párroco de alguna iglesita de Junín u Olavarría, entretendría a semanalmente a las señoras de la Legión de María, y el monjerío de la zona se haría pipí en los retiros mensuales que les predicaría. Con Francisco, en cambio, se ha encaramado en la función de discernir la ortodoxia de la doctrina católica.

Pero el extremo más ridículo y que demuestra el profundo nivel al que ha caído la Iglesia es el que relata en el video Mons Jorge García Cuerva, arzobispo de la sede primada de Argentina. Por lo que podemos reconstruir, cuando el nuncio le comunicó que había sido elegido obispo de Río Gallegos y le preguntó por su aceptación, él dio su consentimiento. Sin embargo, quedó muy angustiado y rompió a llorar en presencia de una amigo sacerdote a quien le confió el motivo. Mal hecho, porque estaba obligado al secreto hasta que el nombramiento fuera publicado. Luego, presa aún de la angustia y de las lágrimas, corrió a ver a su confesor, el ahora cardenal Dri, que lo consoló diciéndole que la Virgen le daría una señal si, efectivamente, era de Dios el nombramiento episcopal. Y esa misma tarde ocurrió el milagro de Nuestra Señora: una feligresa de su parroquia le colocó sobre su cabeza una hoja de repollo morado. Era ese el signo de que Dios lo quería obispo.

¡Qué lejos quedaron los asombrosos Milagros de Nuestra Señora de Gonzalo de Berceo! ¡Qué lejos quedaron las épocas en que las señales de Dios se manifestaban con una llama ardiente sobre el elegido o con una luz radiante que lo envolvía! ¡Qué carestía debe existir en el cielo para que, a fin de realizar portentos, los ángeles deban recurrir a frutas y hortalizas! En el vulgar y plebeyo  pontificado bergogliano basta con una hoja de repollo. ¡En qué aprietos se encontrarán dentro de algunas décadas los hagiógrafos de Mons. García Cuerva cuando quieran narrar la portentosa intervención divina!


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