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Una misa villera contra Milei

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Los curas y el obispo villeros


La semana pasada asistimos a un aporte inusual de la Iglesia a la campaña política argentina, posicionándose contra Javier Milei, y apoyando indirectamente a Sergio Massa. Un grupo de curas villeros organizó una “misa en desagravio” al papa Francisco por los dichos que había proferido contra él —hace dos años— Javier Milei, a la que asistieron altos funcionarios del gobierno kirchneristas y, en Roma, Francisco recibió al “nieto 133”, mientras la candidata Victoria Villaroel hacía en la legislatura porteña un homenaje a los asesinados por el terrorismo en los ’70.

En primer lugar, en estricta justicia, hay que decir que los curas villeros no son lo peor de la iglesia argentina; mucho peor que ellos son los obispos villanos. Pensemos, por ejemplo, en Mons. Tucho Fernández, que no tuvo repararos en tergiversar a como diera lugar la doctrina del evangelio con tal de conseguir y mantener el favor del pontífice romano que, finalmente, lo hizo cardenal. O en Mons. Eduardo Taussig, que se pasó quince años maltratando al clero sanrafaelino del modo más cruel, para culminar su carrera cerrando el seminario diocesano y consiguiendo el odium plebis. O en Mons. Gabriel Barba que, en tres años, destruyó en San Luis lo que a Mons. Juan Laise le llevó décadas construir. Los curas villeros, al menos, han adoptado un ideal y se han jugado por él, más allá de que lo hagan de un modo a mi juicio equivocado. Ellos están metidos en el barro de las villas, lidiando con adictos, con pobres que apenas tienen pan para alimentar a sus hijos y con aquellos cuyas expectativas existenciales no distan mucho de las que puede tener un animal irracional. Y eso tiene su mérito, más allá de la discusión acerca del modo en que realizan su misión. 

Admito también que comparto algunas de las razones que hicieron explícitas por las que no habría que votar a Milei, y son las que expuse en este blog hace pocos días. Sin embargo, esta opinión yo la puede decir libremente porque soy un don nadie que se representa sólo a sí mismo; ellos, en cambio, son ministros de la Iglesia y hablan en su nombre. Esta conclusión es evidente y no es necesario detenerse demasiado en ella. 

Pero hay otros dos aspectos sobre los que sí vale la pena reflexionar. El primero, es la incomprensible ilusión de estos curas de creer que la Iglesia tiene aún algún tipo de credibilidad o de influencia. En una nota aparecida el sábado en La Nación, Loris Zanatta dice una verdad muy grande: el hecho de que Milei sea el candidato más firme a la presidencia secundado por Patricia Bullrich, es una cachetazo para Bergoglio; es la muestra más evidente del rotundo fracaso de su pontificado, al menos en el ámbito político y en Argentina, donde su palabra no tiene ningún predicamento. Es verdad que en 2015 los curas villeros y sus colegas entenados fueron cruciales para impedir que el kirchnerismo ganara la gobernación de la provincia de Buenos Aires con Aníbal Fernández a la cabeza; pero eso pasó hace muchos años. Los niños que tenían 10 años en ese momento hoy tienen 18, y no escuchan a los curas: miran Tik-Tok. La Iglesia, por más villera y nacional y popular que pretenda ser, no puede competir con las redes sociales, que son las protagonistas de los procesos electoral contemporáneos. Es probable que el patético espectáculo de la misa villera, con presencia de corruptos gobernantes peronistas, haya podido convencer a algunos cientos de habitantes de las villas de no votar Milei, pero seguramente convenció a muchos miles, y no solo habitantes de las villas, de votar por el libertario, viendo quienes son los que lo atacan. 

Pero la misa villera presenta un problema aún más grave porque es un problema teológico. La Iglesia se ha convertido para estos curas en una mera asociación encerrada en el tiempo. Los sacerdotes y religiosos que, a lo largo de toda la historia del Iglesia se ocuparon de los pobres y necesitados —pensemos, por ejemplo, en San Vicente de Paul o en la Madre Teresa de Calcuta—, tenían claro que el hombre, por ser naturalmente religioso, es habitante de dos regímenes diferentes de temporalidad, que coexisten, diversamente entrelazados, en su existencia cotidiana: vive el tiempo lineal-progresivo del mundus y el tiempo circular y re-presentativo de lo sagrado, que se manifiesta y concretiza en la liturgia. Los curas villeros, como la mayor parte del clero de la Iglesia actual, tienden a concebir su vida y su apostolado como una actividad encerrada exclusivamente dentro del flujo del tiempo secular.

El “rostro de Cristo” que presentan —expresión tan cara a los paladares progres— es un Cristo puramente humano, despojado de cualquier instancia de lo sagrado. Por tanto, el cristianismo es redefinido, convirtiéndose en un movimiento desespiritualizado, convertido en “acontecimiento diurno”, al decir de Galimberti, donde los discursos teológicos sobre lo divino y lo sagrado han sido sustituidos por discursos inmanentistas y únicamente mundanos.

Como escribe Diego Fusaro, la consecuencia es la que tenemos a la vista: la evaporación de la religión, que se ha hecho indistinguible de la moral y la política proyectadas en la esfera de la mundanidad. El discurso propiamente religioso ha desaparecido incluso de los templos y de las misas, y no sólo de las misas villeras.

La semana pasada, los curas villeros instrumentalizaron la liturgia, el lugar de lo sagrado, para hacerla funcional a un objetivo político partidario: impedir que Javier Milei gane las elecciones en octubre. Ellos han engañado a sus fieles, los pobres entre los pobres, pues han transformado subrepticiamente su fe en un puro estar en el mundo y ser del mundo, y han transformado la liturgia, que era siempre el momento del tiempo sagrado que los sacaba del mundo mostrándole los resplandores del mundo que no tiene fin, en una réplica formal de rituales desprovistos ya de todo sentido de la trascendencia y de lo sagrado. No sólo se han engañado a sí mismos; han estafado a sus fieles.



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