En los últimos días, apareció una interesante noticia: en el ríspido encuentro que tuvo el papa Francisco con Mons. Georg Gänswein poco después del funeral de Benedicto XVI no se habló sobre el libro de memorias escrito por el prelado alemán, sino por la herencia del papa emérito. Es que Gänswein es su heredero universal, y los bienes que integran el legado es la riquísima biblioteca de Ratzinger, por la que Bergoglio no debe tener el menor interés, y los derechos de sus libros, los cuales deben reportar algunos millones de euros anuales en regalías. Se le habría exigido a Gänswein que entregara esos derechos a la Santa Sede, y se lo habría amenazado con la excomunión por revelar secretos del último cónclave (?) si no accedía.
Muchos lectores, sensatamente, podrán decir que no es más que una fabula pergeñada en los mentideros vaticanos. Y puede que así sea. Sin embargo, los antecedes de Bergoglio como arzobispo de Buenos Aires y su avidez por el dinero podrían también indicar que la especie es cierta. Copio aquí lo que publiqué en 2015 sobre un sonado caso ocurrido en la sede porteña.
En el siglo XVIII, la beata María Antonia de Paz y Figueroa, funda la congregación religiosa femenina de las Hijas del Divino Salvador, dedicada a ayudar a los sacerdotes en la obra de la predicación de retiros espirituales. Fue siempre una congregación pequeña, con pocas casas, pero muy arraigadas en la tradición porteña. Son ellas las dueñas de la Santa Casa de Ejercicios, edificio de raíces coloniales y muy tradicional en Buenos Aires.
La congregación es dueña también del santuario de San Cayetano de Liniers, el más visitado de Argentina y, consecuentemente, el que recibe mayor cantidad de limosnas. Por un convenio celebrado a principios del siglo XX, cedieron al arzobispado el uso del templo aunque tomaron una precaución: la alcancía ubicada junto a la imagen del santo desemboca en las arcas de las hermanitas y eel contante —que es mucho— que allí depositan los fieles no pasa a engrosar el patrimonio de la parroquia o de la curia. El cardenal Bergoglio presionó durante años para que la cesión de templo, terreno y alcancía fuera definitiva pero las buenas monjitas, con toda razón, no cedieron.
El cardenal arzobispo montó en cólera y se dispuso disolver la congregación pretextando el escaso número de miembros. De esa manera, el problema se solucionaba y la arquidiócesis se haría no solo de la anhelada alcancía de San Cayetano sino también de la Santa Casa de Ejercicios, que ocupa una manzana entera en el pleno centro de Buenos Aires y que representa millones de dólares por su valor inmobiliario y por los incontables tesoros artísticos que posee.
Es así, que a solicitud del ordinario porteño, la Santa Sede decretó la intervención de la congregación, el desplazamiento de su superiora general en medio de calumnias y humillaciones, el nombramiento un jesuita como interventor y de un obispo auxiliar de Buenos Aires, Mons. Eduardo García, como comisario apostólico. Es decir, las monjas quedaron en las manos de Bergoglio, quien se convertía en acusador y juez.
Desde aquí pueden acceder a una larga carta que en su momento enviaron las monjas al cardenal Rodé, prefecto de la Congregación de religiosos, donde explican detalladamente todos los sucesos y la situación a la que fueron sometidas por el arzobispo porteño. Copia de la misma fue remitida también a la Signatura Apostólica y directamente al Papa Benedicto a través de su secretario.
Desconozco cómo habrá terminado el entuerto, y para el caso no es relevante. Sin embargo, es demostrativo de otra de las caras del poliédrico corazón bergogliano.