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El Papa, la liturgia y el discurso a San Anselmo

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¿Felipe, tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido?

Jn. 14,9.


Hace pocas semanas publiqué un post en el que argumentaba una vez más mi opinión según la cual al Papa Francisco no le importa el tema litúrgico y, consecuentemente, quienes defendemos la liturgia tradicional, debemos considerarlo más bien un aliado que un enemigo. El texto removió el avispero no solamente en Argentina sino también en Italia, donde fue publicado y respondido. Y para colmo de mis desventuras, el sábado pasado el Papa dirigió un discurso a los profesores y estudiantes del Pontificio Instituto Litúrgico de San Anselmo en el que hace un fuerte encomio a la reforma litúrgica de Pablo VI, critica a los tradicionalistas y hasta pareciera que se mofa de la liturgia tradicional. Algunos lectores del blog, muy razonablemente, consideraron que este discurso era una lapidaria refutación de mi hipótesis. Y yo creo que no lo es. Y espero demostrarlo.

En primer lugar, tengamos presente quien habla y quiénes son los receptores del discurso. San Anselmo es el nido en el que se refugia el modernismo más rancio en cuestión litúrgica; es el reino de los fundamentalistas de la reforma del Vaticano II. Y quien les habla, Jorge Bergoglio, es Zelig, como hemos dicho más de una vez. Es decir, es el personaje de Woody Allen que por un extraño síndrome, adquiere la personalidad y las características de su interlocutor: si habla con un gordo, se transforma en gordo; si habla con un chino, se transforma en chino y si habla con un científico se transforma en científico. Los argentino tenemos para este trastorno otro nombre más criollo y no se lo adjudicamos sólo a Zelig: peronismo en estado puro. Juan Perón le decía a cada cual lo que éste quería escuchar,  y ese tal se marchaba contento de haber sido comprendido y su postura respaldada por el líder. Néstor Kirchner le dijo a José María Aznar, jefe del gobierno español, lo siguiente: “No mires lo que digo sino lo que hago”. Y esta es la máxima peronista que sigue Bergoglio, y lo ha demostrado centenares de veces a lo largo de su pontificado. Dice lo que el o los interlocutores quieren escuchar; luego hace lo que le parece. Testigos privilegiados son los obispos alemanes, cuyos votos le consiguieron el pontificado: les hizo promesas que nunca cumplió, y ahora están tratando de cobrarse con el sínodo. 

La distorsión entre lo que dice y lo que hace es permanente. Y lo vemos en el mismo discurso. En un momento dice: 

Sobre estos quiero destacar el peligro, la tentación del formalismo litúrgico: retroceder a formas, a la formalidad más que a la realidad, como hoy vemos en esos movimientos que buscan un poco retroceder y niegan incluso al mismo concilio Vaticano II. Entonces, la celebración es recitación, es una cosa sin vida y sin gozo.

Son palabras sin duda durísimas con respecto a todo el amplio espectros de los movimientos reaccionarios a la reforma, desde la FSSPX a los grupos Ecclesia Dei. Pero lo curioso es que él mismo, hace pocos días, le dijo a los obispos franceses que era su voluntad que esos grupos pudieran seguir celebrando, o mejor, recitando ese liturgia triste y aburrida; y fue él mismo quien ordenó la confección de un decreto para dejar fuera de las prescripciones vitales y gozosas de Traditiones custodes a la FSSP. Y fue él mismo quien autorizó a que exactamente una semana antes a su discurso se celebrara nada menos que en la basílica papal de Santa Maria Maggiore —donde, por otro lado, es canónigo el obispo Piero Marini, secretario de Annibale Bugnini—  una misa solemne según el rito tradicional en la fiesta de San Pío V. Como dijo Néstor, en el Papa Francisco hay que ver lo que hace y no lo que dice. Mañas que aprendió en la escuela peronista.

Por otro lado, nadie podía esperar que frente al Pontificio Instituto San Anselmo el Papa hiciera un reivindicación de la liturgia tradicional. Y eso no lo podíamos esperar ni de Francisco ni de Benedicto, y probablemente tampoco ningún otro Papa por más simpatías tradicionales que tuviera. Ningún gobernante quiere crearse enemigos inútilmente, y no es cuestión de provocar a los modernistas por el solo gusto molestarlos. 

Además, en mi argumentación siempre he sostenido que Francisco no sabe de liturgia y esta ignorancia es signo manifiesto de su desinterés por ella. Esta punto queda confirmado en el discurso. Allí dice hacia el final: 

Me acuerdo, cuando era niño, cuando Pío XII comenzó con la primera reforma litúrgica, la primera: se puede beber agua antes de la comunión, ayuno de una hora… ‘Pero esto va contra la santidad de la eucaristía”, se rasgaban las vestiduras. Después, la misa vespertina: ‘Pero cómo es posible, la misa es a la mañana’. Después, la reforma del Triduo Pascual: ‘Pero cómo, el Señor debe resucitar el sábado, ahora lo pasan al domingo, al sábado a la noche, el domingo no suenan las campanas… ¿Y las doce profecías dónde van?”.

Cualquiera que sepa un poquito de liturgia sabrá que ninguno de estos puntos que nombre el pontífice mofándose no sólo de las “mentalidades cerradas” sino de la liturgia anterior a Pío XII, tienen que ver estrictamente con la liturgia. Son cuestiones de disciplina: el tiempo de ayuno para recibir la comunión se redujo a tres horas, y fue Pablo VI —y no Pío XII como dice equivocadamente Bergoglio— el que lo redujo a una hora. Y fue esta reducción la que permitió que la misa pudiera celebrarse por la tarde: antes era imposible porque exigía a los sacerdotes y fieles que quisieran comulgar guardar ayuno desde la medianoche anterior. Y lo mismo debe decirse del cambio de horario de la vigilia pascual, que antes se celebraba el Sábado Santo por la mañana: fue simplemente una cuestión de disciplina que no tiene que ver con una reforma litúrgica. Confundir estos dos ámbitos era un error craso, que solamente puede cometerlo quien no sabe de liturgia.  

En fin, que a este discurso que ha pasado sin pena de gloria, que es como pasan todos los actos y las palabras de Bergoglio en los últimos tiempos, no hay que darle más importancia que la que tiene: palabras que se las lleva el viento. El peso, como siempre, lo tienen los hechos.


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