La hipótesis crítica intenta explicarnos quién es el Papa Francisco a partir de la reconstrucción de su teología. Para esta tarea utilizaremos el excelente artículo de Maurizio Blondet aparecido en su sitio hace algunas semanas.
Se trata de un texto bastante extenso -y la traducción lleva tiempo-, por lo que publicaré en entregas. Y aquí la primera:
La teología papal. Tentativa de reconstrucción conjetural
Leo en un sitio católico que “la revista internacional de teología Concilium ha dedicado su último número al tema “Del anatema sit al ¿Quién soy yo para juzgar?”, a partir de la famosa frase del Papa Francisco sobre la homosexualidad, pronunciada cuando regresaba de Brasil en junio de 2013.
Los autores sostienen que las fórmulas y los dogmas no pueden abarcar la evolución histórica, sino que todo problema debe ser ubicado en su contexto histórico y sociopolítico. El concepto de ortodoxia, entonces, es superado o, al menos, redimensionado, porque de otro modo es utilizado como “punto de referencia para sofocar la libertad de pensamiento y como arma para vigilar y castigar”. Definen, por tanto, a la ortodoxia como una “violencia metafísica”. El primado de la doctrina es sustituido por el de la praxis pastoral. (Concilium, 2/2014, p. 11).
Conciliumes la revista fundada por Karl Rahner, Hans Küng e Yves Congar, y en la cual “colaboran más de 500 teólogos de todo el mundo”. Nos apresuramos a expresar nuestra gratitud a una revista tan prestigiosa y frecuentada, porque aporta claridad a la doctrina católica que debemos seguir desde que es papa Francisco. Porque no hay duda de que todo lo que está escrito en Concilium refleja el pensamiento del pontífice. Por ejemplo, él mismo dijo hace un tiempo a La Civiltà Cattolica: “Quien busca hoy siempre soluciones disciplinares, quien tiende de una manera exagerada a la “seguridad” doctrinal, quien busca obstinadamente recuperar el pasado perdido, tiene una visión estática e involutiva. Y, de este modo, la fe se convierte en una ideología más”.
Está más o menos claro que Bergoglio considera a la dogmática y a la teología de dos mil años como un peso y un obstáculo a la acción pastoral. Pero el mérito de Concilium es el de desarrollar los pensamientos que el Papa expresa aquí y allá, en homilías perdidas, entrevistas ocasionales, frases coloquiales que muchas veces son dejadas voluntariamente incompletas y a la mitad (del tipo: “Si mañana llegara una expedición de marcianos, y uno de ellos dijese: Quiero el bautismo. ¿Qué cosa sucedería?”). Pero no nos dijo qué sucedería. Afortunadamente, Concilium completa estas frases dejadas a la mitad, rellena los puntos suspensivos, nos proporciona su contenido, explicita aquello que en la teología implícita del Papa no se dice, sino que es dejado en suspenso. Y de este modo, nos permite responder la pregunta que frencuentemente nos hacemos: ¿Cuál es la teología de Bergoglio?
Así como los arqueólogos epigrafistas son capaces de reconstruir inscripciones latinas de lápidas antiguas, donde faltan letras o palabras, también nosotros hoy podemos reconstruir de modo conjetural la teología papal a la cual estamos obligados de obedecer. Gracias a la revista Concilium, una luz de claridad ilumina ciertas acciones del Papa que parecen en contradicción con las palabras.
Algunos no llegan a entender cómo se conjuga el “¿Quién soy yo para juzgar?” con la intervención sin ninguna explicación de los Franciscanos de la Inmaculada, el castigo y reclusión del fundador en su casa. Parece una contradicción. Como ha destacado el vaticanista Sandro Magister, el Papa continuamente “exhorta a no emitir juicios… quien juzga “se equivoca siempre”, dijo en la homilía del 23 de junio en Santa Marta. Y se equivoca, continuó, “porque ocupa el puesto de Dios, que es el único juez”. Se arroga “la potestad de juzgar todo: las personas, la vida, todo”. Y “con la capacidad de juzgar” sostiene poseer “también la capacidad de condenar”.
Sin embargo, “Francisco es papa que juzga, absuelve, condena, promueve, remueve. Pero al mismo tiempo predica que no se debe juzgar nunca, ni acusar, ni condenar”. Ha llevado a cabo una purga sistemática de prelados y teólogos que no eran del agrado de su escuela, desde un Antonio Livi a un padre Cavalcoli; ha removido brutalmente a ministros vaticanos como monseñor Piacenza; ha removido obispos que detestaba en Argentina. ¿No hay contraste? Nosotros no debemos juzgar, y está bien; pero él juzga y lanza juicios.
En sus homilías de Santa Marta nunca pierde ocasión de condenar –sin nombrarlos- a los cristianos hijos devotos de la Iglesia que –como el pobre Mario Palmaro-, han protestado por sus cartas y su entrevista con Eugenio Scalfari, donde colaba frases como “la cuestión para quien no cree en Dios está en el obedecer la propia conciencia”. “Esto es relativismo”, han dicho los buenos cristianos, y este es un error no solamente teologal sino también psicológico: la conciencia de los Scalfari tiene callos; la conciencia no le reprochará nunca nada el Rico Epulón ni al Fariseo, que fueron condenados por Dios.
Y bien, ¿qué cosa ha hecho el Papa Francisco? Nadie responde, nadie explica ni corrige. Una homilía después de otra, llama a los fieles laicos que lo critican con distintos apelativos: “pelagianos”, “untuosos”, “tristes”, “asustados por el gozo”, “cristianos murciélagos”, los insulta y los condena… pero sin decir precisamente a quiénes alude.
Pero quizás ustedes tomen este modo de actuar como desleal y poco cristiano, y sobre todo en claro contraste con la frase más citada por los aplaudidores medios laicistas: “¿Quién soy yo para juzgar…” un homosexual? Pero en cambio, ahora sabemos, gracias a Concilium, que no hay ninguna contradicción. La frase “yo no juzgo” y la brutal represión sin explicación a los Franciscanos de la Inmaculada, derivan de la misma teología.
Pero busquemos de entender bien lo que es esta teología. Me podría equivocar, pero concluyo que el fundador de los Franciscano ha sido castigado y que su orden ha sido puesta bajo tutela por el hecho de ser ortodoxos y, como explica Concilium, han cometido entonces “violencia metafísica”. Pueden creer que los teólogos o laicos que se acercan a la ortodoxia son removidos, purgados, expulsados de las cátedras pontificias y llamados “murciélagos”, porque se los acusa de usar una dogmática de dos mil años “como punto de referencia para sofocar la libertad de pensamiento y como arma para vigilar y castigar”…
Pero si piensan de esta manera, se equivocarían; no habrían entendido todavía la sutileza y profundidad de la teología bergogliana. El punto que define a tal teología es el de “no dar explicaciones”. Pegar, insultar, remover, sin decir el por qué. Esto es la consecuencia necesaria del hecho que la Iglesia bergogliana se quiere a sí mismo como a-dogmática. Habiendo “superado” los dogmas, no debe nunca más justificar los castigos que conmina acusando a la víctima de cualquier violación dogmática o doctrinal. Si se procediera de otro modo, se volvería al antiguo sistema, en el que la ortodoxia era usada como arma para vigilar y castigar. Hoy se castiga sin expresar el motivo –la consecuencia necesaria de la superación de la doctrina es que los castigos continúen, pero en silencio. No se puede y no se debe dar motivos del por qué.
En la nueva teología a-dogmática, toda la pastoral es caritativa, los bastonazos y castigos se conjugan espléndida y armónicamente con la frase “¿Quién soy yo para juzgar?”. Que se alegre el que recibe los bastonazos: nadie lo está juzgando. No se instruye más ningún proceso canónico, no se eleva una acusación formal y formulada en palabras, a partir de las cuales, el acusado podría incluso llegar a defenderse, pobre murciélago untuoso y triste. Ya no estamos en el tiempo de la Inquisición, los hemos superado! Ahora se dan golpes en la oscuridad, se pega y listo. El golpeado no pide un por qué. El por qué no se puede expresar, no se debe expresar. Es la a-teología a-dogmática la que lo exige.
Esto nos recuerda un poco a los procedimientos estanilistas, en los que castigar con 25 años de lager (“un cuartito” de siglo) o a la muerte no era oficio de un tribunal, sino de una comisión de tres funcionarios del Partido, la así llamada Troika Administrativa. La Troika le aclaraba alegremente al tembloroso ciudadano a quien habían arrastrado delante de ella: no te acusamos de haber hecho nada; te mandamos al Gulag por el hecho de que eres un burgués. Por eso, no tenemos necesidad de encontrar una culpa; nos basta con descubrir tu identidad: eres un burgués y, por lo tanto, un enemigo del proletariado. ¡A Siberia! ¡Un cuartito! Y así se hacía.
Así como el cristiano de base, debe estar hoy constantemente “a la escucha del papa Francisco”, porque está claro que nunca escribirá una verdadera y propia encíclica, no pondrá nunca blanco sobre negro lo que entiende por “verdad”, que estamos obligados a seguir, y por falsedad de la que debemos huir. Tenemos que recabar su doctrina –que se convierte en doctrina de la Iglesia- de sus discursos. Ocasionales. Muchas veces al margen de las intervenciones oficiales.